Nada que perder



Me llevaba 13 años, millones de baldosas de ventaja, me reconoció mucho antes de que yo misma me reconociera y decidió que le pertenecía.
Había tenido un hijo y su cuerpo, aunque joven y firme, tenía ya marcado todo el erotismo de su historia en la piel y en sus formas redondeadas.
Nunca me gustaron los cuerpos sin historia, son como una pieza de decoración inerte. No recuerda nada porque nada sabe.
El mito de la virginidad solo esta sostenido por la sed de expropiación y el miedo al recuerdo comparativo; para mí siempre fue solo eso… algo para perder.
Nos conocimos en su local, un restaurant pequeño por Barrio Norte en el que mi padre recalaba todos los días convencido de que la tenía totalmente seducida. Cambiamos unas palabras en el baño de damas y con la excusa de compartir unos apuntes de la facu tomo posesión de mi teléfono.
Nos vimos al otro día, conversamos toda la tarde en un bar y parte de la noche en su departamento mientras agotábamos una botella de buen vino. La atmosfera era untuosa y electrificada, mis sensaciones se volvían turbias y ella me parecía magnética, llena de unas promesas que no alcanzaba a entender.
Pudo haber hecho su movimiento en ese mismo momento pero no estaba dispuesta a correr ni un solo riesgo… y esa noche me dejo ir así, mareada y confundida, saludándome con un beso tan inocente como peligroso.
Dos días después me invitó a cenar a su departamento y me vio llegar con la culpa de haberla tenido en mis fantasías. Cuando terminamos me dijo si quería que fuéramos a bailar.
-Sí dale, pero espera que voy a casa a cambiarme-
-No hace falta, seguro que en el placard tengo algo que podrías usar-
De ahí a terminar en ropa interior entre risas fue un solo paso, cada roce de sus dedos me ponía en alerta y me llenaba de culpa, pero los buscaba ansiosa.
Me dijo que iba a ducharse y por supuesto dejo la puerta entreabierta, yo me acerqué despacio mientras el corazón me martillaba en los oídos y me llené los ojos con cada movimiento de la espuma. Cuando salió, envuelta en un toallón, supo que yo ya estaba lista para el avance.
Me confesó su atracción hacia mí, y su conciencia de que todo esto me era desconocido, después de un silencio tenso y expectante dijo en un tono seductoramente temeroso:
-Qué vas a hacer si te beso?-
-No sé… probá-
Se le ahogó la respiración y acortó la distancia que nos separaba en el sillón empezando a saborear mi boca con los ojos; mientras, la anticipación me erizaba la piel.
Acercó sus labios a la comisura de los míos y pude sentir el tenue roce d su lengua.
Se alejó para observarme, yo era un ciervo atontado a punto de convertirse en pantera, tomo mi rostro entre sus manos y lo atrajo hacia si para besarme como rogándome que abriera mis labios para ella. Su lengua se movía suave, casi perezosamente dentro de mi boca, tomándose todo el tiempo del mundo para disfrutarla mientras yo me desvanecía en suspiros de placer y ansiedad.
Desabrochó mi corpiño con mano experta y rozó mis pezones con apenas las yemas de sus dedos.
Mis manos parecían de plomo, era incapaz de saber qué hacer con ellas y caían ardiendo a los costados de mi cuerpo.
Sus labios bajaron lentamente por mi cuello entre mordiscos y besos , se encaminó resuelta hasta mis pechos y, saboreándolos con placer, comenzó a gemir.
Fue como si hubiese explotado una bomba en mi cabeza, de pronto mis manos salieron de su estupor y se deshicieron del toallón liberando su cuerpo caliente. Mis pezones ya estaban perdidos entre sus dientes, erectos casi hasta el dolor, atravesada por embates de sensaciones proyectadas a mis manos que se movían febrilmente por cada centímetro de su piel suave y todavía húmeda.
La succión de su boca era más y más intensa y mi piel enrojecida acusaba un placer que me subía en oleadas, murmuraba, suplicaba, maldecía y me perdía a mi misma en la inmensidad caliente.
Sus pechos firmes, suavemente abandonados a su propio peso, se instalaron en mi boca hambrienta y desesperada y el roce de sus pezones en mi lengua me sacudió como una descarga eléctrica.
Los frotó deliciosamente por mi cara, mis hombros, mis propios pechos, los deslizó por mi vientre y acarició suavemente mi sexo ardiente con ellos.
Este solo roce, este único tacto bastó para desatar un orgasmo furioso y enardecido que se perdió entre gemidos y sonidos ininteligibles.
Bajo su boca hasta mi vagina todavía palpitante y lamió y succionó mi clítoris buscando otro orgasmo que llegó en el límite mismo del dolor. Ciega de deseo busque hacer lo mismo.
La textura del sexo de una mujer en la boca no tiene comparación con nada, tersa, mórbida, jugosa, con una mezcla de sabores entre dulces y ásperos, es un encanto adictivo que exige atención y permanencia. Acabó en mi boca en una explosión de humedad y tensión suplicando por más.
Mi lengua la penetraba, la hurgaba meticulosamente en busca de los orgasmos que no se hacían esperar.
Seguí besando, mordiendo, succionando y recorriendo, ávida de todo. Tenía los glúteos redondos, aterciopelados, y enloquecíamos de placer cuando se los lamía hasta lo más profundo.
Nos acariciamos a un tiempo con nuestros dedos, penetrándonos y deslumbrándonos con la visión de los orgasmos.
Ella se frotó en mi muslo con excitación frenética y yo supliqué quedamente que sus pechos volvieran a acariciar mi vagina hasta agotarla.
Sonrió, y dejó que sus pezones erectos recorrieran mi espalda, mis glúteos, mis piernas, la cara interna de mis muslos hasta adentrarse en mi sexo húmedo y congestionado que los esperaba ansioso.
Nos fundimos en un 69 en el que copiamos nuestros mutuos movimientos y nos gemimos directamente la locura de cada orgasmo.
La mañana nos encontró todavía enredadas y hambrientas, con los cuerpos dulcemente cansados y la sonrisa de complicidad de quienes saben que exactamente así las va a encontrar la noche.
Es cierto que había algo en su placard que hubiera podido usar… pero el vibrador rodó inútil debajo de la cama y no salió de ahí por mucho, mucho tiempo .